I.
LOS PUENTES DE NUEVA YORK
Tu cuerpo degradándose hasta no caber en tu vestido se irá
disolviendo hasta perder del vaso del pecado su forma, se irá purificando,
hasta quedarse vacío, a tu mirada la traspasarán estrellas y estarás mirando
desecha el amanecer bajo el Puente Brooklyn con la niebla a tus pies. Dirás, al
igual que yo, mientras esperas la mañana: Ahora solo acepto todo cuanto sea
veloz.
Mira, le dije mirando, mirándole a los ojos, yo sé que no
soy. No me acuerdo de mi voz. Mi letra mancha la otra hoja como mi beso la otra
mejilla. Yo puedo cuidarte, dijo. Pero yo puedo escribir en la oscuridad, no me
da miedo. Ahora que no me da miedo, en esa oscuridad le había dicho: “Esa
canción me pone triste.” Nostalgia de los puentes de Nueva York, pesados y
colgantes, los puentes de Nueva York, sus largos puentes, altos puentes. Y
debajo el sol, rojo y ebrio tirado al atardecer bajo el puente Brooklyn.
Nostalgia de las tardes cuando el sol se sentaba en la
cornisa y el sol era una paloma pesada y despreciable que te visitaba y
arruinaba el sueño, al que tú tenías que recibir pero más bien amenazabas con
el zapato, con que no te daba miedo romper el cristal, y no sé qué más.
Engolando la voz como aquella vez que cantaste My Way desde un piano blanco al
amanecer en el cumpleaños de David.
Nostalgia por el East River y por el Hudson dónde orillabas
tus ojos.
II.
HAN
LLEGADO LOS ÁNGELES
Un Ángel geométrico de proporciones señoriales como un
iceberg se desprende de una montaña y se posa en medio de la ciudad en la noche
de plasma llamando a tu nombre expandido en ondas hertz.
No temo a la noche, ni a lo que grita. Este mundo es una
guerra permanente; luchar contra los asesinos, recuperar las calles;
rescatarlas para el amor, entregárselas, mejor, a las prostitutas que más han
amado. Yo te he amado en esas ventanas por las que ahora paso y te continen
como peceras vacías. Los dos tuvimos nuestras piernas congeladas entrelazadas y
dormimos semanas enteras dentro de ese cubo de hielo que una luz azul mantenía.
El polvo sobre el frío del piso, y no solo el frío; la
dureza filuda del frío, y más que el polvo en la noche, en mitad de la noche ha
dormido sobre veredas en el lugar del rocío; tu cuerpo tirado, mirando en tu
embriaguez a la luna en el cielo bailar como su reflejo en el agua, las
constelaciones pasar como tu sino zodiacal en lo oscuro y las nubes a punto de
desatar el caos.
La teogonía libra una guerra espiritual impalpable, todos se
preguntan “¿cuándo se romperá el cielo?” Y el agua que se discurre por las
grietas o se resiste patéticamente como un desagüe a punto de colapsar sobre tu
cuerpo. Y tú que ya no quieres esperar más.
Como un alud de ángeles de partes puras y con cuernos, caen
abortados tras una línea de caballos muertos que el barro empuja como el mar a
la espuma bramando, bramando, bramando desde la estratosfera. Caen torpemente
sobre tu cuerpo, se yergue en hilera de manos hasta el cielo, se olvidan de que
están muertos y caen nuevamente sobre tu cuerpo en oleaje y por placer, gota a
gota, miembro a miembro el peso de la noche. Toneladas de oscuridad, de
escápulas y de húmeros, de rodillas y de cascos, de lomos y de hocicos. Blandas
mejillas. Nubes que se separan del rebaño: negras, gordas, se sientan en tu
cara con su culo enorme.
El polvo que se ha levantado te introduce en su boca
despreciándote, la niebla que ha caído te besa odiándote, asqueada. Y tras la
lluvia al final; Dios mirándote, Dios preocupado, Dios asustado, Dios tirado a
tu lado, tú tratando de no darle importancia, Dios intentando treparse a un
poste, Dios intentando vernos desde las alturas pero Jesús está crucificado.
Dios está disimulando con una mano clavada en la arena y la
otra en las nubes, “y hay dos mujeres que lloran: una por tu carne y otra por
tu alma.” Calma, ya está muerto el desastre.
III.
LA CAÍDA DEL EQUILIBRISTA
Tenía una grabación de ti sin que te dieras cuenta de tu
época universitaria, me dice. Ahora la veo triste cuando me habla, un poco
molesta pero triste cuando me habla. Callarle la risa así de pronto a quién me
ha tenido tanta paciencia... Así, con mi presencia. Cambiarle la mirada de los
ojos al presentarme deshecho como un cometa, al ver ella una tristeza en mi
sombra, detrás de mí sombra, que ni yo puedo, y ver en su nebulosa su falta de
amor de estela. Un poco molesta, preguntándose, ¿quién soy ahora?, ¿desde
cuándo y desde qué memoria alargo esta tristeza?, ¿quién fui siempre y todas
las noches y todos los días sin sol, en todas las habitaciones y en todos los
rincones sin luz donde nunca más nos vimos; sino un cometa de albas blancas que
pasa o pasó, y de pronto el silencio, y de pronto hace frío?, ¿quién fue ella
conmigo, para mi y luego con esos hombres, además de mi esperanza?
Me mira, mirando hacia abajo como si yo fuera el piso. Yo
muevo el andamio la caída del equilibrista.
IV.
SEGUNDA DEVASTACIÓN
Apenas terminaron de
poner las luces en la tierra ya estábamos rogando por nacer como estrellas en
medio de esa roca. Están enamorados, nos dijeron. Ven aquí, Baby Jane. Baby
Jane abraza a su Jinete Motorizado del Desierto. - Deberíamos morir este día.
Mira, esa luz parece el sol, me habías dicho. Yo me tiré al
piso riéndome, el sol me hacía cosquillas en los ojos. Vamos a hacer una música
de estos días incomparables. Parecía ridículo, nos habíamos tirado al piso y
habíamos dicho, esa luz está agonizando, esa luz va a morir. Y tal y como lo
pronosticamos, esa luz nos cegó. Me decías, mira, este animal que soy camina
así, se mueve así, se arrastra así, vive de este modo y, acercándote, te ama
así. Y yo me estremecí porque de pronto no te vi. Fue la única vez que pensé en
el tiempo, un pájaro metálico y eterno. Ahí descubrí el cadáver de los 14 mil
400 que irían al cielo, ahí descubrí que Los Ángeles pueden morir en un
segundo. Pero, ¡Por Dios, pide que me amen!
Miré en sus ojos y recordé su placer. Ahora soy un saibor
del alcohol, un grito encadenado que dice, ¡corran, corran, corran!, mientras
una línea de sangre atraviesa mis labios. Muchos aún querían salvarse cuando
del centro de cada estrella que se apagó salió una flecha que les alcanzó el
corazón. Pero yo he esquivado esa flor, ahora me siento un poco herido.
Eso es cobardes, ¡corran!
¡Han llegado los ángeles!
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