Thursday, April 23, 2020

Luis Castro - N°11



Atardecer


El camino empieza a hilvanar su confín
y en su amarillenta frente el sol gira,
con luz oblicua y su enclenque mejilla.

Con sus sombras de números pequeños
y un poco de viento en los puertos,
la tarde cierra los ojos y la luz duerme en sus adentros.

Entonces los pajarillos hacen vibrar su voz
con diminuta vileza la ensañan como si amaran la noche.
Su canto es la canción del río
                        bajo la lluvia.   





Tu piel


Lo primero que sobrevive es tu piel
lo demás comparte con el clima
in situ su delicada forma.
Nada sobrevive sobre la piel:
Las lágrimas se secan el sol se señorea.
Mis manos continúan su marcha en frio o en calor
van a tientas por el infierno del deseo
como si en el frívolo roce de abalanzados
respiros tu piel y el moho al salir
de la penumbra se abandonarán
a tierra y a su exacta esencia.






El álamo amante


Déjate tocarte el corazón con mis besos.

Déjame tocarte el corazón
varias veces al morir el sol.

Sobre el rojo tapiz dame más de tu veneno,
un paseo por la vereda a las 11:45 p. m.
o un leve tocamiento.

Una noche más a las puertas del sueño
conviviendo con el dolor y las estrías de la ciudad.
La calma es una rara enfermedad.

Los bares huelen más a ti
las casas antiguas huelen más a ti.

Tan solo un breve descanso bajo la luz de la farola
para que los fantasmas duerman en las esquinas de la plaza.

El reloj, sus agujas,
las campanadas que suenan y mis manos
huyen a ti.

Escapan de la rutina y el mineral,
de los ocultos papeles y de las oficinas
y al igual que las aves en otoño
apresuran el vuelo y se marchan.





Rastros


Estoy en tus senos
bajo su circular sombra,
en tu ombligo, en tu abdomen
en tu inclinada espalda
en tus piernas
en tus uñas y dedos.

Estoy en tu rústico lenguaje
en tus dibujos,
en tus palabras.

Y he venido a llevarme lo que queda
de tu mirada, de tus pupilas desgastadas,
de tu angosta frente.

De tu piel
y su suavidad
que en mis manos se refugia
como una pequeña ave
de cartón y mineral.

No debí dejarte
aquella noche de mitos y leyendas
cuando tu corazón
se hizo uno con el mío,
desde ese día no supe distinguir el día de la noche
pues, fuimos salvajes descubriendo el mundo
y tal vez mansos al creer en los sueños.








Abatido


A continuación, doloridos y embriagados mis huesos
y roto el corazón
y dentro de mi boca la palabra amor
hecha pedazos.
A continuación, con ojos para llorar toda la noche
con pañuelos tejidos por las madres
con valentía de hombres rudos y vidrios rotos.

Seco el lenguaje y el amor ausente
con humedad en los zapatos y en el alma
los hombres sonríen
y buscan en los bares
lo que no pudieron conquistar en casa.

A continuación, y con el poder que me otorga el valle y el mar
desarrollo mi vuelo y su ruta mágica
penetro en el bosque oscuro de pájaros forasteros
y saboreo ese trago tan amargo.

Soy un insecto que vive en los balcones
y en la corteza del tiempo.
Soy también otro insecto,
uno que tropieza consigo mismo:
luz de los latidos, el rumbo azul del anciano,
los movimientos bruscos del arte.

He perdido lo que nunca tuve
el pisco atenderá todos esos vacíos.







A la hora del humo


Como siempre, con papeles, con abrigos
con una templada sed que aniquila.
Lento y terrenal invento
como si en el fuego te iniciaras
y en el fuego te luces con tu traje de arroz;
así eres humo, transparente como lago
largo como camino.

Al medio día bajas de la espalda de algún caminante,
y empiezas a correr como equino
por los pulmones de ancianas madres,
pero al caer la noche sobre la cocina, para no levantar polvo
como ave en las sombras te ocultas.

La sonrisa con tu presencia a la cordillera regresa
el hambre se suelta
el trabajo a galopante paso enviste
siento que sobre los muros alzas la mirada
quisieras descansar entre la leña
pero la madre y los niños esperan el alimento.















Santa inquisición


Quienes más culpables que nosotros mismos.
Debe haber sido enorme el instante
de sentirse abatido entre las rocas de esas mazmorras
y tener el corazón puro y sin culpa palpitante.

Cuál sería la razón para morir sin crimen
ser castigado por hablar con la montaña
sufrir flagelaciones y dejarse abrir zanjas en las espaldas
solo por moler las hojas de los arbustos y bajar la fiebre.
No veo razón alguna para morir o cantar victoria.

Siglos con la cruz entre manos
Abrazándola
Fuertemente
Presionando la madera hasta ver diablos azules.
No me mates ni me dejes vivir a tu modo
solo déjame con mi madre tierra y padre montaña.

No crecerá hierba en las voces ahí enterradas.
No florecerá la arqueología ni la memoria colectiva.
Solo pasaran hombres y mujeres con su boleto de turista
se sacarán algunas fotos
y regresarán a casa como si nada.





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