Atardecer
El camino
empieza a hilvanar su confín
y en su
amarillenta frente el sol gira,
con luz
oblicua y su enclenque mejilla.
Con sus
sombras de números pequeños
y un poco
de viento en los puertos,
la tarde
cierra los ojos y la luz duerme en sus adentros.
Entonces
los pajarillos hacen vibrar su voz
con
diminuta vileza la ensañan como si amaran la noche.
Su canto es
la canción del río
bajo la lluvia.
Tu piel
Lo
primero que sobrevive es tu piel
lo demás
comparte con el clima
in situ su delicada forma.
Nada
sobrevive sobre la piel:
Las
lágrimas se secan el sol se señorea.
Mis manos
continúan su marcha en frio o en calor
van a
tientas por el infierno del deseo
como si
en el frívolo roce de abalanzados
respiros
tu piel y el moho al salir
de la
penumbra se abandonarán
a tierra
y a su exacta esencia.
El álamo amante
Déjate
tocarte el corazón con mis besos.
Déjame
tocarte el corazón
varias
veces al morir el sol.
Sobre el
rojo tapiz dame más de tu veneno,
un paseo
por la vereda a las 11:45 p. m.
o un leve
tocamiento.
Una noche
más a las puertas del sueño
conviviendo
con el dolor y las estrías de la ciudad.
La calma
es una rara enfermedad.
Los bares
huelen más a ti
las casas
antiguas huelen más a ti.
Tan solo
un breve descanso bajo la luz de la farola
para que
los fantasmas duerman en las esquinas de la plaza.
El reloj,
sus agujas,
las
campanadas que suenan y mis manos
huyen a
ti.
Escapan
de la rutina y el mineral,
de los
ocultos papeles y de las oficinas
y al
igual que las aves en otoño
apresuran
el vuelo y se marchan.
Rastros
Estoy en
tus senos
bajo su
circular sombra,
en tu
ombligo, en tu abdomen
en tu inclinada
espalda
en tus
piernas
en tus
uñas y dedos.
Estoy en
tu rústico lenguaje
en tus
dibujos,
en tus
palabras.
Y he
venido a llevarme lo que queda
de tu
mirada, de tus pupilas desgastadas,
de tu
angosta frente.
De tu
piel
y su
suavidad
que en mis
manos se refugia
como una
pequeña ave
de cartón
y mineral.
No debí
dejarte
aquella
noche de mitos y leyendas
cuando tu
corazón
se hizo
uno con el mío,
desde ese
día no supe distinguir el día de la noche
pues,
fuimos salvajes descubriendo el mundo
y tal vez
mansos al creer en los sueños.
Abatido
A
continuación, doloridos y embriagados mis huesos
y roto el
corazón
y dentro
de mi boca la palabra amor
hecha
pedazos.
A
continuación, con ojos para llorar toda la noche
con
pañuelos tejidos por las madres
con
valentía de hombres rudos y vidrios rotos.
Seco el
lenguaje y el amor ausente
con
humedad en los zapatos y en el alma
los
hombres sonríen
y buscan
en los bares
lo que no
pudieron conquistar en casa.
A
continuación, y con el poder que me otorga el valle y el mar
desarrollo
mi vuelo y su ruta mágica
penetro
en el bosque oscuro de pájaros forasteros
y saboreo
ese trago tan amargo.
Soy un
insecto que vive en los balcones
y en la
corteza del tiempo.
Soy
también otro insecto,
uno que
tropieza consigo mismo:
luz de
los latidos, el rumbo azul del anciano,
los
movimientos bruscos del arte.
He
perdido lo que nunca tuve
el pisco
atenderá todos esos vacíos.
A la hora del humo
Como
siempre, con papeles, con abrigos
con una
templada sed que aniquila.
Lento y
terrenal invento
como si
en el fuego te iniciaras
y en el
fuego te luces con tu traje de arroz;
así eres
humo, transparente como lago
largo
como camino.
Al medio
día bajas de la espalda de algún caminante,
y
empiezas a correr como equino
por los
pulmones de ancianas madres,
pero al
caer la noche sobre la cocina, para no levantar polvo
como ave
en las sombras te ocultas.
La
sonrisa con tu presencia a la cordillera regresa
el hambre
se suelta
el
trabajo a galopante paso enviste
siento
que sobre los muros alzas la mirada
quisieras
descansar entre la leña
pero la
madre y los niños esperan el alimento.
Santa inquisición
Quienes más culpables que nosotros mismos.
Debe haber sido enorme el instante
de sentirse abatido entre las rocas de esas mazmorras
y tener el corazón puro y sin culpa palpitante.
Cuál sería la razón para morir sin crimen
ser castigado por hablar con la montaña
sufrir flagelaciones y dejarse abrir zanjas en las espaldas
solo por moler las hojas de los arbustos y bajar la fiebre.
No veo razón alguna para morir o cantar victoria.
Siglos con la cruz entre manos
Abrazándola
Fuertemente
Presionando la madera hasta ver diablos azules.
No me mates ni me dejes vivir a tu modo
solo déjame con mi madre tierra y padre montaña.
No crecerá hierba en las voces ahí enterradas.
No florecerá la arqueología ni la memoria colectiva.
Solo pasaran hombres y mujeres con su boleto de turista
se sacarán algunas fotos
y regresarán a casa como si nada.
Muy buena poesía, gracias por compartirlo.
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